ÍNDICE
				
				 
				 
				
				1.     
				
				
				¿Por qué la ciencia necesita a la 
				filosofía?
				
				2.     
				
				
				La objetividad posicional a la luz de la 
				filosofía crítica o filosofía transcendental
				
				3.     
				
				
				¿Por qué necesitamos otro modo de 
				racionalidad en la ciencia?
				
				4.     
				
				
				Juego, diálogo y presuposiciones. La caja 
				de herramientas “adaptativas”
				
				5.     
				
				
				De Kant a la filosofía de la ciencia 
				actual
				6.   A 
				vuelta con los sistemas conceptuales
				
				7.   La 
				expresión de autonomía que podemos encontrar en el agente 
				epistémico
				
				8.  “Kant, 
				Kuhn y la pluralidad de mundos”
				
				9.   Si 
				los discursos filosóficos pueden entablar un diálogo a través de 
				la historia           
				
				10.  
				
				A prioris 
				fijos contra a prioris 
				relativos
				
				11.  Los 
				principales rasgos de la acción humana
				
				12.  El 
				modelo de sujeto humano adecuado a la nueva racionalidad
				
				 
				
				 
				
				Introducción
				
				 
				
				“Al fracasar su 
				intento teórico, la razón se descubre en el fondo como querer. 
				[…] La subjetividad ha de aceptar que es un sistema abierto, 
				precario, en peligro, y que su propio ser se le plantea como 
				tarea, responsabilidad, esfuerzo. […] En esto sacará lo mejor 
				que ella tiene: su dignidad de persona. Pasará el ámbito del 
				objeto, de la naturaleza, en la que propiamente se perdía en una 
				ilimitada trama cósica, al mundo moral, del respeto y del amor 
				personal. Gracias a la razón, el hombre sale de la tutela de la 
				naturaleza y del instinto y se hace responsable de su vida. En 
				eso experimenta el abismo de la libertad, antes desconocido, la 
				incertidumbre del futuro, el trabajo penoso y la muerte […]. De 
				este modo, toda razón es la huella en la conciencia de un 
				acto de libertad, por imperfectos que sean ambos”.
				
				 
				
				 
				
				              
				
				 
				
				            Me propongo elaborar en el 
				presente trabajo un intento de aproximación entre dos 
				disciplinas, unidas por el nombre y el objeto último, pero 
				excesivamente distantes, en la mayoría de los casos, en la 
				práctica de la investigación y en la docencia. Se trata de poner 
				a dialogar a la Filosofía, en su consideración más aislada de 
				estudiosa de problemas del hombre y del mundo, con la más 
				concreta Filosofía de la Ciencia. 
				
				            Filosofía “en sí” y 
				Filosofía de la Ciencia frente a frente.
				
				            No es tan raro ni tan 
				difícil como a primera vista pudiera parecer. De hecho, me ha 
				motivado a seguir esta línea de investigación la obra de 
				filósofos que trabajan en estos campos y que han sabido dejarse 
				interpelar y completar por las distintas corrientes y los 
				distintos saberes, para que no perdamos (los demás tampoco) el 
				sentido “sobre cómo están conectados los problemas”.
				
				 
				
				            Ciertamente, como nos dice 
				el profesor Álvarez, necesitamos pensar en seres humanos 
				concretos para construir un modelo adecuado de sujeto agente, un 
				modelo con el que trabajar en las distintas investigaciones en 
				donde las acciones humanas desarrollen su protagonismo. Sin 
				embargo, para ser capaces de conseguir un modelo de ser humano 
				que incorpore al ser de carne y hueso, es preciso disponer de 
				una visión de la totalidad que no nos ofrece la ciencia. Se 
				trata de un conocimiento de la totalidad que sólo ofrece la 
				filosofía. No es lo mismo objetividad que totalidad, y ninguno 
				de estos dos conceptos se puede identificar con universalidad. 
				La clave la tiene la definición de sujeto: es necesario pensar 
				la noción de subjetividad. El concepto de “objetividad 
				posicional” 
				de Amartya K. Sen, utilizado en sus estudios de economía, cumple 
				la función de puente entre la filosofía y la ciencia; es un 
				ejemplo de cómo la ciencia se ha de servir de la filosofía para 
				construirse y avanzar.
				
				Defenderé, implícitamente, que lo 
				práctico ha de tener prioridad sobre lo pragmático; que 
				necesitamos manejar un buen concepto de subjetividad, así como 
				el correspondiente de intersubjetividad (y su importancia); que 
				es preciso acudir a las nociones de limitación, de ser 
				determinado, del otro, del mundo. Seguimos el hilo de la 
				objetividad posicional para aprehender la lección de Amartya 
				Sen: es preciso tener en cuenta los contextos desde los que 
				vemos o explicamos, conceptualizamos la realidad. Tenerlos en 
				cuenta no para elevarlos a categoría de validez total, –sería 
				erróneo y contrario a la postura de Sen– sino para saber que 
				hemos de buscar la objetividad con los datos de los distintos 
				contextos. 
				
				Estamos asistiendo en las últimas 
				décadas a un cambio respecto a la necesidad de utilizar en la 
				ciencia un modelo de racionalidad distinta, especialmente en las 
				Ciencias Sociales –las que tratan temas que atañen directamente 
				a los seres humanos o en las que ellos son los protagonistas– . 
				Esta corriente de cambio ha venido propiciada precisamente desde 
				el campo de la filosofía, porque es cuando se reflexiona sobre 
				la totalidad –como nos enseñó Kant–, cuando se toma conciencia 
				de necesidades que afectan a la realidad de manera global, y un 
				tipo de racionalidad que sólo considera a los objetos y a los 
				seres vivos como cosas determinadas heterónomamente y 
				causalmente no puede dar cuenta de esa totalidad.
				
				Algunos de estos teóricos que están 
				contribuyendo al cambio de paradigma son también reputados 
				científicos (economistas, como en el caso de Amartya Sen; 
				sociólogos, como en el caso de Raymond Boudon) que han 
				encontrado en sus investigaciones la necesidad de incorporar el 
				estudio de los valores (tanto de su origen, de su 
				transformación, y sobre todo de su protagonismo) en la tarea de 
				sus respectivas ciencias.
				
				La necesidad de un modo de 
				racionalidad distinta se radicaliza cuando lo que tratamos son 
				las acciones y las decisiones; por tanto, tendremos que revisar 
				de modo especial las teorías sobre la acción y la decisión.
				
				La elevación a primer plano del filtro 
				que suponen los sistemas conceptuales es lo que conduce a la 
				relatividad conceptual y al pluralismo ontológico. Para Kant, 
				sin embargo, el primer plano de nuestra racionalidad no está en 
				el filtro a través del cual vemos, pensamos, interpretamos, 
				decidimos, actuamos, sino que el primer plano de la racionalidad 
				lo ocupa el sujeto: un sujeto cognoscente que se guía por la luz 
				de la apercepción transcendental A mi entender, lo que está 
				implícito en la búsqueda de una nueva racionalidad para la 
				ciencia (y, por extensión para todas las investigaciones, 
				incluidas las filosóficas) es un modelo de ser humano que no 
				cumple exactamente las leyes causales y deterministas en las que 
				lo tenía atrapado la ciencia psicológica, económica, la 
				sociología, la biología, etc. Aunque le afecten y lo condicionen 
				(a veces de una forma que parece coincidir con la 
				determinación).
				
				Me propongo reflexionar sobre lo 
				acertado o no de la tesis de la inconmensurabilidad y sobre una 
				ontología múltiple, que supone ontologías distintas, a manera de 
				mundos paralelos sin interconexión y sin búsqueda de puntos 
				comunes. Así como sobre la relación de esta inconmesurabilidad y 
				ontología múltiple con el pensamiento kantiano.
				
				En las metáforas –filtro, membrana, 
				red reticular– aplicadas al proceso de racionalidad que se da en 
				el agente humano, Álvarez ha escorado 
				el protagonismo de la pantalla y ha puesto en el centro de la 
				acción racional al sujeto cognoscente, emocional, inmerso en un 
				entorno concreto, en una determinada historia de sistemas 
				conceptuales. La “categoría” de “desarrollo” (tomada de la 
				reflexión sobre la historia de la ciencia) podría desvelar algo 
				sobre la forma de reconocer, romper, apoyarse, protegerse, 
				avanzar.
				
				 
				
				La noción de fin, lógicamente, suena a 
				teleología y por este camino conduce a un esquema en donde se 
				diluye, en apariencia, el sujeto autónomo. Sin embargo, en la 
				filosofía kantiana, especialmente en la Crítica del Juicio, 
				la noción de “fin” significa el proyecto que un sujeto se 
				propone a sí mismo organizado en torno a lo que desea conseguir 
				y vertebrado (más bien amasado y fermentado) con la fuerza que 
				supone su voluntad. 
				
				Propongo pensar en un tipo de 
				‘finalidad’ en donde la voluntad –nacida del interés– ocupa el 
				protagonismo: la finalidad sería, así, la elaboración 
				emocional–racional de un proyecto por parte del sujeto, que 
				tiende a la realización del mismo con una fuerza interna, 
				nacida, en principio, de las vísceras, los instintos y que está 
				matizada y reconvertida por la racionalidad integradora: 
				ecológica (adaptada al entorno), expresiva (que tiene en cuenta 
				los elementos que corresponden al individuo como agente; y que, 
				por tanto, le puede llevar a conseguir la autonomía y la 
				libertad personal), acotada (que conoce sus limitaciones y las 
				aprovecha). 
				
				            El interés primero 
				es pulsional y luego se hace racional, aunque esta racionalidad 
				que transforma al interés ha de contar con una acción que es a 
				la vez ideal y real: ideal porque surge del razonamiento 
				reflexivo elaborado, idealmente, por el sujeto; real porque nace 
				de la naturaleza que somos. Es preciso analizar las cuestiones 
				temporales de esta relación primero–luego (ya que pueden afectar 
				–y de hecho lo hacen habitualmente– casi al mismo tiempo, 
				interfiriéndose); también necesitamos comprender la corriente de 
				ida y vuelta entre pulsiones y racionalidad: por ejemplo, 
				sabemos que una emoción puede causar, a la larga un valor o un 
				comportamiento social (de inmediato, claro está, puede dar lugar 
				a una acción de apariencia racional o  bien totalmente 
				irracional). Del mismo modo, podemos constatar que hay valores y 
				normas sociales que pueden causar emociones (las producidas por 
				la sensación o la acción efectiva de premio o castigo, etc.).
				
				            Bien, si nos quedamos 
				aquí, estamos en un círculo de ida y vuelta en donde el sujeto, 
				como agente –en su calidad de autónomo–, prácticamente ha 
				desaparecido. Sin embargo, podemos leer este proceso de 
				influencia mutua con el dato que echamos de menos: la 
				presencia efectiva de una subjetividad (no de un 
				subjetivismo), un sujeto que intenta ser autónomo desde su 
				posición efectiva, y que, al mismo tiempo, no quiere quedarse 
				ligado a su propia perspectiva, y, por eso, busca un tipo de 
				objetividad (una objetividad posicional).
				
				 
				
				Estamos ante un nuevo tipo de 
				racionalidad que, por un lado parte del sujeto –no del individuo 
				concreto, empírico–, y que, por otro lado, se apoya en la acción 
				real del querer, enraizada en los sentimientos y las emociones. 
				El límite ha llevado al sujeto a darse cuenta de que es finito, 
				que su limitación es insoslayable. Querer superarla es un puro 
				deseo. 
				
				            Este 
				modelo de racionalidad engloba tanto la facultad de conocer como 
				la facultad de desear (en Fichte se unen definitivamente la 
				razón teórica y la razón práctica). Aunque también descubrirá el 
				sujeto que la tercera facultad (de las tres que constituyen el 
				ánimo, según Kant), la del placer y displacer también es un 
				elemento constituyente de la racionalidad. Hoy diríamos que 
				condiciona los deseos y los sentimientos (tanto en sentido 
				positivo como en sentido negativo), y se deja condicionar por 
				ellos; que puede cambiar nuestra percepción de la realidad: se 
				trata del gusto, el interés, la motivación, el objetivo que 
				tenemos en la mente y sobre todo en el ánimo cuando proyectamos, 
				de forma más o menos consciente o más o menos elaborada, algo.
				
				            Según este análisis, 
				tenemos datos para afirmar que la subjetividad, los valores y la 
				libertad suponen las claves de este nuevo tipo de racionalidad 
				que la ciencia va buscando. Nos quedaría precisar el estatus de 
				los valores dentro de la racionalidad.
				
				            
				
				 
				
				 
				
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						Sen. A. K. : “Positional objetivity”, Philosophy and 
						Public Affairs,
						Vol. 22, 
						nº. 2 , Spring, 1993, 126-145.
 
					
						
				 
				
				
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				1. ¿Por qué la
				ciencia necesita a la filosofía? 
				                                                                    
				                                                                          
				
				
				Como nos dice el profesor Álvarez, en 
				varios de sus artículos, necesitamos pensar en seres humanos 
				concretos para construir un modelo adecuado de sujeto agente, un 
				modelo con el que trabajar en las distintas investigaciones en 
				donde las acciones humanas desarrollen su protagonismo. Sin 
				embargo, para ser capaces de conseguir un modelo de ser humano 
				que incorpore al ser de carne y hueso, es preciso disponer de 
				una visión de la totalidad que no nos ofrece la ciencia. Se 
				trata de un conocimiento de la totalidad que sólo ofrece la 
				filosofía. No es lo mismo objetividad que totalidad, y ninguno 
				de estos dos conceptos se puede identificar con universalidad. 
				La clave la tiene la definición de sujeto: es necesario pensar 
				la noción de subjetividad.
				
				El concepto de “objetividad 
				posicional” 
				de Amartya K. Sen, utilizado en sus estudios de economía, cumple 
				la función de puente entre la filosofía y la ciencia; es un 
				ejemplo de cómo la ciencia se ha de servir de la filosofía para 
				construirse y avanzar.
				
				Si el concepto de “objetividad 
				posicional” de Sen se hubiera presentado y utilizado en un 
				ámbito exclusivamente filosófico, diríamos que se parece al 
				perspectivismo, 
				concepto presente ya en Leibniz y desarrollado por Ortega. No 
				obstante, el uso que Amartya Sen hace de la noción de 
				“objetividad posicional” en el ámbito de las ciencias sociales, 
				demuestra que no consiste exactamente en un perspectivismo.
				
				Sería perspectivismo si este concepto 
				se detuviera sólo en el “mirar desde un punto de vista 
				determinado”. Éste fue el punto de partida de Ortega en una 
				época en la que Einsten había llamado la atención sobre la 
				necesidad crucial de tener en cuenta la posición del observador, 
				mejor dicho, el espacio propio del observador, 
				a la hora de analizar, cuantificar o cualificar cualquier 
				proceso o cualquier observación.
				
				Sin embargo, la objetividad posicional 
				de Sen no es sólo perspectivismo, como decimos, aunque parte de 
				él. No es sólo posición desde un lugar determinado. Esto 
				conduciría al relativismo y al escepticismo, y, en mi opinión, 
				la obra de Sen no se sostiene ni aboca a ninguno de estos dos 
				–ismos, y sus logros así lo avalan.
				
				La “objetividad posicional” no se 
				queda en un punto de vista individual o en la perspectiva de un 
				grupo particular, sino que busca la objetividad –una objetividad 
				específica, no optimizadora ni reductora– a través 
				principalmente de tres instrumentos: en primer lugar, la 
				intersubjetividad, después el bagaje cultural, científico y 
				filosófico de la humanidad y, en tercer lugar, unos valores que 
				van siendo aceptados y conformados como válidos por esa 
				comunidad humana a través de los tiempos y las culturas.  
				
				
				            Defenderé que lo práctico 
				ha de tener prioridad sobre lo pragmático; que necesitamos 
				manejar un buen concepto de subjetividad, así como el 
				correspondiente de intersubjetividad (y su importancia); que es 
				preciso acudir a las nociones de limitación, de ser determinado, 
				del otro, del mundo. Podríamos seguir el hilo de la objetividad 
				posicional.
				
				 
				
				 
				
				 
				
				2. La objetividad
				posicional a la luz de la filosofía 
				crítica o filosofía transcendental
				
				 
				
				            
				Dice Amartya Sen que “la objetividad 
				posicional puede ser usada para reflexionar críticamente el 
				concepto de subjetivismo, así como el relativismo cultural”.
				
				            “La teoría de la decisión 
				de las probabilidades subjetivas está relacionada con el uso 
				racional de la información posicional. No está relacionada con 
				la objetividad como punto de vista desde ninguna parte… hay que 
				relacionar las diferentes consideraciones objetivas que pueden 
				ser invocadas en contextos diferentes”.
				
				            Propongo que nos 
				detengamos en algunos elementos que van implícitos en la noción 
				de “objetividad posicional” de Sen; para ello sugiero que nos 
				situemos en un lugar distinto al de la pragmática: en vez de 
				subrayar la importancia de la posición concreta, el punto de 
				vista del individuo o del grupo, podríamos observar desde la 
				perspectiva de un sujeto que no corresponda con el propiamente 
				empírico. (El lugar concreto del sujeto empírico es, de todas 
				formas, insoslayable).
				
				            Analicemos la noción de 
				“objetividad posicional” desde otros puntos, no menos decisivos 
				que el contexto concreto, que están presentes en la exposición 
				de Sen y que la vertebran. De mi lectura del artículo de Amartya 
				Sen obtengo principalmente dos elementos que ayudan a entender 
				la noción de “objetividad posicional”:
				
				            En primer lugar, un 
				requerimiento: la evaluación transposicional, 
				necesaria no sólo para no caer en el relativismo cultural, 
				también es esencial para que una determinada concepción del 
				mundo, de un individuo, y especialmente de un grupo, no vaya en 
				contra de valores fundamentales que han de regir la vida en 
				sociedad. Sen expone en su artículo varios ejemplos, bastante 
				ilustrativos. Uno de ellos se refiere a la cuestión de los 
				derechos y la dignidad de la mujer negados en grupos, culturas y 
				países apoyados en una defendida raigambre cultural, es decir, 
				en el punto de vista desde donde se sitúan como colectividad. En 
				ese caso (y en otros muchos, más o menos trágicos; siempre 
				importantes), no debemos renunciar a la evaluación 
				transposicional que puede venir de fuera, de otros países, 
				otras culturas. Pero que también, y principalmente, puede y debe 
				surgir desde dentro en forma de crítica. Aquí Amartya Sen habla 
				de la necesidad de la disidencia.
				
				            En segundo lugar, “una 
				observación para concluir”: Sen quiere subrayar en su artículo 
				que su concepción de la objetividad contrasta con la 
				formulación tradicional en ciencia que considera la invariancia 
				necesaria para la objetividad. 
				Estamos hablando de una manera de trabajar en ciencia que 
				utiliza la racionalidad “olímpica”, para la que todos los 
				individuos, todos los grupos, todos los casos contienen unas 
				características idénticas.
				
				            Sin embargo, la lección de 
				Sen no debería confundirnos, sobre todo si nos fijamos en cuál 
				es su enseñanza fundamental: en ningún caso está diciendo que 
				buscar la objetividad no sea importante, ni tampoco que sea más 
				cierta una posición contextualizada y que implique valores más 
				adecuados. Simplemente dice que es preciso tener en cuenta los 
				contextos desde los que vemos o explicamos, conceptualizamos la 
				realidad. Tenerlos en cuenta no para elevarlos a categoría de 
				validez total –sería erróneo y contrario a la postura de Sen–, 
				sino para saber que hemos de buscar la objetividad con los datos 
				de los distintos contextos. El artículo de Sen no se escora ni 
				hacia el relativismo cultural (así lo dice expresamente el 
				autor) ni hacia el escepticismo.
				
				 
				
				 
				
				 
				
				 
				
				3. ¿Por qué 
				necesitamos otro modo de racionalidad 
				en la ciencia?
				 
				
				Kant en la Crítica de la Razón pura, 
				también en la Crítica del Juicio, construye una defensa 
				del modo de conocer de la filosofía en contraste con el modo de 
				conocimiento que supone la ciencia. Esta observación es correcta 
				para la mayoría de las ciencias, de manera especial para la 
				Física, y ha sido el modo habitual de trabajar en ciencia, 
				incluso en las Ciencias Sociales hasta nuestros días. Supone el 
				uso de un tipo particular de racionalidad substantiva, en 
				terminología H. A. Simon, 
				que se basa en la causalidad, en un tipo de objetividad que 
				universaliza todas las conductas de los seres humanos en 
				circunstancias específicas, que trata a los objetos y a las 
				personas según el “modo de ser de la cosa”. 
				
				Sin embargo, estamos asistiendo en las 
				últimas décadas a un cambio respecto a la necesidad de utilizar 
				en la ciencia un modelo de racionalidad distinta, especialmente 
				en las Ciencias Sociales –las que tratan temas que atañen 
				directamente a los seres humanos o en las que ellos son los 
				protagonistas– . Esta corriente de cambio ha venido propiciada 
				precisamente desde el campo de la filosofía, porque es cuando se 
				reflexiona sobre la totalidad –como nos enseñó Kant– cuando se 
				toma conciencia de necesidades que afectan a la realidad de 
				manera global, y un tipo de racionalidad que sólo considera a 
				los objetos y a los seres vivos como cosas determinadas 
				heterónomamente y causalmente no puede dar cuenta de esa 
				totalidad.
				
				Algunos de estos teóricos que están 
				contribuyendo al cambio de paradigma son también reputados 
				científicos (economistas, como en el caso de Amartya Sen; 
				sociólogos, como en el caso de Raymond Boudon) que han 
				encontrado en sus investigaciones la necesidad de incorporar el 
				estudio de los valores (tanto de su origen, de su 
				transformación, y sobre todo de su protagonismo) en la tarea de 
				sus respectivas ciencias.
				
				Estos hechos nos conducen a pensar –y 
				así intentaremos argumentarlo– que la subjetividad, los valores 
				y la libertad suponen las claves de este nuevo tipo de 
				racionalidad que la ciencia va buscando. (En el momento actual 
				no consiste en un tipo unificado de racionalidad alternativa a 
				la racionalidad científica clásica, sino que habríamos de hablar 
				de distintos tipos: racionalidad expresiva, ecológica, 
				racionalidad acotada, método heurístico…).
				
				La necesidad de un modo de 
				racionalidad distinta se radicaliza cuando lo que tratamos son 
				las acciones y las decisiones; por tanto, tendremos que revisar 
				de modo especial las teorías sobre la acción y la decisión.
				
				 
				
				 
				
				4. Juego, 
				diálogo y presuposiciones. La caja de herramientas 
				“adaptativas”. (“The adaptive toolbox”)
				 
				
				            
				Los conceptos de juego y diálogo 
				cobran un protagonismo decisivo en la construcción de los 
				sistemas conceptuales a través de los cuáles observamos e 
				interpretamos el mundo. Los dos se conectan de manera esencial 
				tanto con el lenguaje –el necesario en la comunicación 
				lingüística y el creativo de la ficción literaria– como con las 
				teorías científicas.
				
				            En relación con estos 
				conceptos de juego y diálogo –conceptos importantes para la 
				pragmática y para la hermenéutica–, elabora Ramón del Castillo 
				su artículo: “Juegos, diálogos, historia: Gadamer y 
				Wittgenstein  en discusión”.
				
				 
				
				           
				“El 
				juego también fue para Wittgenstein [como para Gadamer] el 
				modelo de la comprensión, tanto en un sentido diacrónico como en 
				otro sentido sincrónico. Hablar es jugar: el uso de las palabras 
				–como para Gadamer– es una actividad sin reglas precisas. Por 
				tanto, “juego” tampoco es para Wittgenstein una estructura sino 
				una actividad, y el fin principal de de la analogía entre juego 
				y habla es mostrar que la comprensión es posible sin que la 
				aplicación de los términos esté definida. [..] Cada uno aprende 
				tanteando a su alrededor en la corriente de frases, como 
				lo hacen los niños”.
				 
				
				            
				Hemos subrayado estas ideas en torno 
				al pensamiento de Wittgenstein, porque queremos resaltar una 
				coincidencia, bastante esclarecedora. Se trata de la conexión 
				entre esta forma de entender Wittgenstein el juego del 
				lenguaje y el método heurístico esgrimido por la nueva 
				racionalidad que parte de la ciencia y se puede extender a las 
				investigaciones filosóficas: la racionalidad acotada (analizada 
				entre otros por Gigerenzer y Selten).
				
				 
				
				Primero, 
				contrariamente a la creencia convencional, las limitaciones de 
				conocimiento y la capacidad computacional no tienen que ser una 
				desventaja. Los instrumentos heurísticos de la gente, animales, 
				e instituciones pueden ser simples, pero sin embargo eficaces en 
				un entorno dado. El robot de optimización que necesita una 
				representación completa del entorno y datos para el cómputo 
				masivo, nunca puede terminar su análisis antes de que el balón 
				haya golpeado la tierra [el autor comenta un experimento sobre 
				un supuesto robot que pudiera calcular todos los datos para 
				recoger de forma acertad un balón que viene por el aire]. La 
				simplicidad, por el contrario, puede permitir decisiones 
				rápidas, frugales, y exactas. 
				
				Segundo, una 
				heurística simple puede explotar un registro útil en el 
				entorno. En este caso, la regularidad es que un ángulo constante 
				de mirada fija causará una colisión entre el balón y el jugador.
				
				
				Tercero, la 
				heurística de la racionalidad acotada es, en algún grado, un 
				dominio específico antes que estrategias universales. Estas 
				heurísticas son utilizadas en casos específicos, es decir, 
				trabajan en una clase de situaciones (por ejemplo, enseñan a 
				pilotos en un simulador heurístico a evitar colisiones con otros 
				aviones), pero no son instrumentos de uso general como el ideal 
				de un cálculo de optimización de uso múltiple. Lo que 
				llamamos " la caja de herramientas adaptativa " contiene 
				instrumentos para responder en el entorno concreto.
				 
				
				            Adaptación al entorno, 
				capacidad de resolver cuestiones difíciles mediante unos 
				recursos simples. En esta caja de herramientas “adaptativas”, 
				hay siempre un instrumento que no puede faltar nunca, que de 
				hecho no falta, bien como herramienta aislada, que la podemos 
				delimitar y analizar de forma consciente, bien como elemento 
				aglutinador del que apenas somos conscientes, pero que permanece 
				activo: son las presuposiciones. “Presuposiciones”, si 
				estamos hablando en términos de lenguaje (o en una filosofía que 
				hace del lenguaje la parte fundamental de su cosmovisión; 
				sistemas o esquemas conceptuales si nos movemos en el ámbito 
				filosófico, entendido de forma genérica.
				
				            “En realidad, Wittgenstein 
				describió el proceso de interpretación de una forma sumamente 
				similar a la de la hermenéutica […]. Como explicó en Sobre la 
				certeza, 
				las preguntas y respuestas de un juego se dan en el seno de un 
				complejo de presuposiciones que pueden descubrirse 
				posteriormente como un eje en torno al cual gira un cuerpo, un 
				eje que parece inmóvil no porque algo lo mantenga fijo, sino 
				exclusivamente por el movimiento en torno a él”.
				
				         
				
				
				Las presuposiciones corresponden en la 
				hermenéutica a los pre–juicios. Forman un andamiaje que se 
				adquiere de forma indirecta, pero que es necesario para ir 
				asimilando la cultura y para poder comunicarse.
				
				 
				
				“No se mantienen 
				firmes porque sean obvios ni convincentes, sino porque se 
				sostienen en lo que les rodea”. “Wittgenstein también describe 
				esos ejes como cosas que se dan por establecidas porque se ha 
				apartado parte del andamiaje de la circulación, han quedado en 
				vías muertas del lenguaje y ahora forman parte del andamiaje de 
				preguntas y respuestas que considerábamos verosímiles. Este 
				andamiaje es algo que no se aprende sino se adquiere de forma 
				tácita”.
				
				 
				
				Justamente son los sistemas 
				conceptuales, con su red, sus filtros y membranas los que van 
				incorporándose al tejido de nuestra racionalidad: una 
				racionalidad que utiliza herramientas sencillas, en tiempo muy 
				limitado, en presencia a veces de riesgo, una racionalidad 
				acotada, que es eficaz en relación al resultado en la mayoría de 
				las ocasiones.
				
				Estas investigaciones sobre los nuevos 
				modos de racionalidad en la ciencia y sobre las herramientas y 
				el método que utilizan tienen mucho que decir en el análisis de 
				la formación, desarrollo y mantenimiento de las normas sociales 
				y de los valores, de su importancia para la racionalidad, así 
				como de su relación con la autonomía, la libertad y las 
				libertades concretas.
				
				 
				
				“Hay diversos 
				caminos para explicar la génesis y el funcionamiento de las 
				normas. Los aspectos prudenciales y morales, su componente 
				evolutivo o reflexivo e incluso su papel directo o indirecto son 
				caminos legítimos de estudio. La cuestión está en enriquecer las 
				posibilidades de explicación y examinar qué combinación funciona 
				mejor. […] Estas complementariedades son centrales para un 
				programa general que intente estudiar los valores y su papel en 
				la organización social y en la economía”.
				
				En las palabras de 
				Amartya Sen: “Los códigos morales son parte integral del 
				funcionamiento económico, y pertenecen de manera destacada a los 
				recursos de una comunidad. La economía moderna ha tendido a 
				abandonar totalmente estos aspectos de los sistemas económicos. 
				Hay buenas razones para intentar cambiar ese abandono y 
				reintroducir en la corriente principal de la ciencia económica 
				este componente crucial de la actividad de una economía”
				
				 
				
				En la medida en que vayamos siendo 
				conscientes de la red, podemos cambiar las presuposiciones en 
				preguntas, como anuncia Wittgenstein en Sobre la certeza.
				
				Hay un camino interesante para el 
				estudio del papel de las normas y valores en el desarrollo de la 
				racionalidad, es el de considerar la racionalidad en clave de 
				información que se recibe y se asimila por parte del sujeto 
				agente. La información pertinente es la significativa para 
				nosotros: la que somos capaces de discriminar y procesar y 
				las que nos impulsa a actuar o lo hace posible. En esta 
				teoría, los conceptos se consideran filtros de información que 
				seleccionan entre toda la información disponible. También las 
				normas y valores son filtros de información que conforman 
				nuestro conocimiento y nuestra actuación. Sin embargo, el peso 
				de la crítica a la cultura de Nietzsche y de Freud, no nos 
				permiten comprobar, en bastantes ocasiones, que también las 
				normas y valores pueden actuar en sentido positivo en la 
				construcción de la racionalidad y que, de hecho, son necesarios, 
				tanto para la toma de decisiones individuales como para un 
				avance de las ciencias que haga posible el desarrollo de las 
				libertades concretas y, por tanto, de la justicia.
				 
				
				 
				
				5. De
				Kant a la filosofía de la ciencia actual
				
				 
				
				El instrumento con el que Kant 
				construye su filosofía es el entendimiento y la razón del 
				sujeto, a través de un hallazgo suyo: el método 
				transcendental, que garantiza y consigue, desde finales del 
				siglo XVIII, lo que las últimas investigaciones sobre la 
				racionalidad están desvelando (desde los campos de la filosofía 
				de la ciencia, y desde la pragmática, aunque en casos bien 
				puntuales). Incluso va más allá, de tal forma que podría 
				considerarse una herramienta fundamental dentro de ese 
				conjunto de “The adaptive toolbox” que hoy esgrimen los 
				filósofos y científicos defensores de la racionalidad acotada.
				
				Antes de analizar este método de 
				conocimiento que parte del sujeto y que supone principalmente 
				reconocimiento de la limitación y creación desde la 
				espontaneidad, recibiremos la ayuda de dos filósofos de la 
				ciencia.
				
				“De Kant a Khun, acotando por Putnam” 
				es un artículo interesante y motivador escrito por la profesora 
				Ana Rosa Pérez Ransanz, de la UNAM, y el profesor José Francisco 
				Álvarez, de la UNED. Los autores presentan algunos datos de la 
				influencia de la epistemología kantiana en el modelo de progreso 
				científico de Khun, especialmente el tipo de realismo que está 
				implícito en este modelo. De paso, relacionan el “realismo 
				interno” propuesto por Khun en 1981 como un tipo de realismo 
				kantiano. Al final, subrayan algunas ventajas que esta 
				perspectiva kantiana ofrece en la manera de construir unas 
				nociones más adecuadas de objetividad y de racionalidad.
				
				Su estudio supone un ejemplo de cómo 
				la filosofía de la ciencia, y la ciencia con ella, se enriquecen 
				al revisarse a sí mismas a la luz de la historia de la Filosofía 
				y al hacer el intento de leer con ojos distintos lo que ya 
				creían asimilado.
				
				Resaltaré las cuestiones que considero 
				más destacadas en este estudio y propondré un análisis a la luz 
				de la subjetividad transcendental. 
				
				 
				
				 
				
				 
				
				6. A vuelta con los
				sistemas conceptuales
				
				 
				
				         
				Pérez Ransanz y Álvarez se refieren en 
				su artículo a la oposición entre el realismo  externo y el 
				realismo interno recogida en las investigaciones de Putnam:
				
				            
				
				“Putnam comienza 
				por rechazar el supuesto externalista básico que consiste en 
				concebir la realidad como una totalidad de objetos que 
				existen con total independencia de nuestro conocimiento 
				(mente, lenguaje, representaciones o esquemas conceptuales). Y 
				la razón que aduce, en breve, es que: “Los ‘objetos’ no existen 
				independientemente de los esquemas conceptuales” (Putnam, 1981, 
				52).
				
				 
				
				            La cuestión está en la 
				referencia del término “objeto”. Desde luego lo que llega a 
				nuestra mente pantalla está interpretado y, por eso, 
				reconstruido (o construido) por el lenguaje, los esquemas 
				conceptuales, impregnado por nuestras emociones (que también lo 
				pueden “alterar”). Si a la “parte” que llega a nosotros la 
				llamamos “objeto”, entonces es cierto que no tiene “una realidad 
				en sí”, separada de nosotros.
				
				Pero somos limitados: nos interesa 
				señalar ahora dos sentidos de la limitación del sujeto: primero, 
				no somos toda la realidad, hay una realidad distinta a nosotros, 
				que no protagonizamos; segundo, a la hora de elaborar la 
				información que nos llega, a la hora de decidirnos y en el 
				momento de actuar, somos limitados: estamos inmersos en una 
				determinada época, en una cultura específica, con un lenguaje 
				concreto; vemos, pensamos, decidimos, actuamos inmersos en una 
				cosmovisión específica, en sistemas conceptuales determinados. 
				Además de la situación específica del entorno y la situación 
				concreta de nuestro cuerpo en un momento determinado.
				
				El argumento de Putnam acepta la 
				influencia de los sistemas conceptuales, y parece concluir que 
				“no hay una realidad independiente de nuestro conocimiento”. 
				Interpretado así, no creo que debamos oponerlo al pensamiento de 
				Kant. Ya que, si refiere a la realidad que nos llega, es cierto 
				que ésta depende de nuestro proceso de conocimiento y de los 
				elementos que intervienen en él. Pero ése era también el 
				pensamiento de Kant. Es cierto que Putnam en varios de sus 
				libros y artículos se detiene a distinguir de qué tipo de 
				realidad está hablando (de ésa que llega a nosotros 
				interpretada, re–creada).
				
				Pérez Ransanz y Álvarez habían 
				señalado dos nociones de existencia como atribuibles a la 
				filosofía kantiana: 
				
				 
				
				“Habría dos 
				nociones de realidad en Kant y, paralelamente, dos nociones de 
				existencia: 1) La realidad  y la existencia como categorías, es 
				decir, como predicados generales que condicionan el fenómeno u 
				objeto empírico, a partir de lo dado en la intuición sensible (y 
				en este sentido, aquello que es real o existente lo 
				sería sólo para nosotros); 2) Y la realidad 
				incondicionada de ese algo cuya existencia nos vemos 
				obligados a postular para que nuestro conocimiento no sea  tan 
				sólo una ficción de conjunto”.
				
				 
				
				En mi opinión, ésta no es una 
				exposición correcta del significado de la realidad para Kant. En 
				primer lugar, no hay dos nociones de existencia en Kant, 
				referidas a la realidad en su conjunto. Kant concibe una 
				realidad, pero con dos modos de ser: el modo de ser de la cosa y 
				el modo de ser de lo incondicionado. Sin embargo, es necesario 
				tener en cuenta que el modo de ser incondicionado es propio del 
				sujeto debido a su condición de ser autónomo y libre (a su 
				posibilidad de serlo).
				
				Ransanz y Álvarez señalan que la 
				afirmación de Putnam genera un mar de confusiones cuando no se 
				tiene en cuenta que el autor está utilizando la noción kantiana 
				de objeto empírico, junto con el sentido de existencia que la 
				acompaña, el de existencia condicionada, que es de hecho el 
				único tipo de existencia involucrado en nuestro conocimiento 
				empírico, sea ordinario o científico”. 
				
				A mi juicio no es ése el sentido de 
				las palabras de Putnam, ni consiste en la distinción de dos 
				nociones de existencia la diferencia fundamental con Kant. 
				Parece que Hilary Putnam sigue la estela de Berkeley y de Hume 
				(“cómo salir de su mente-pantalla y ver la coincidencia entre 
				mente y realidad”).
				
				“"Por muy inocente 
				que se considere al idealismo respecto a los objetivos 
				esenciales de la metafísica (de hecho no lo es), escribe I. Kant 
				en la Crítica de la razón pura, sigue siendo un escándalo 
				de la filosofía y del entendimiento humano común el tener que 
				aceptar sólo por fe la existencia de las cosas exteriores a 
				nosotros […] y el no poder contraponer una prueba satisfactoria 
				a quien se le ocurra dudar de tal existencia" (2). Cuando Kant 
				habla de idealismo está pensando en Descartes, que duda de la 
				realidad de las cosas, pero sobre todo en Berkeley. Éste, en su 
				lucha contra el materialismo, sostuvo que el mundo exterior 
				carece de realidad en sí, pues de él sólo podemos asegurar 
				enteramente nuestras percepciones, luego su realidad se agota en 
				ser percibido por los seres pensantes”.
				
				
				El realismo interno (la perspectiva 
				internalista de Putnam) pone en primer plano el filtro de los 
				esquemas conceptuales:
				
				 
				
				“Los esquemas son 
				más bien una pieza clave, indispensable en la constitución misma 
				de los objetos. Los objetos son, por tanto, productos de un 
				proceso de constitución conceptual, proceso que opera desde el 
				nivel mismo de la percepción sensorial”.
				
				 
				
				La elevación a primer plano del filtro 
				que suponen los sistemas conceptuales es lo que conduce a la 
				relatividad conceptual y al pluralismo ontológico. Para Kant, 
				sin embargo, el primer plano de nuestra racionalidad no está en 
				el filtro a través del cual vemos, pensamos, interpretamos, 
				decidimos, actuamos, sino que el primer plano de la 
				racionalidad lo ocupa el sujeto: un sujeto cognoscente que 
				se guía por la luz de la apercepción transcendental.
				
				 
				
				“Esta estructura 
				última de la objetividad es el criterio básico o “verdad 
				transcendental” gracias al cual nos atrevemos a decir que algo 
				es “objetivamente real” y no mera ilusión u opinión subjetiva de 
				un individuo. Como estructura que es (idealidad), se disuelve en 
				definitiva en meras relaciones, pero los objetos han de 
				responder positivamente a ellas (realismo empírico) al igual que 
				la naturaleza responde positiva o negativamente a las hipótesis 
				y a los experimentos científicos. Sin esa respuesta, las 
				categorías y demás estructuras de la subjetividad no habrían 
				llegado a la conciencia, no habrían tenido lugar como funciones 
				(y son sólo funciones), pues carecerían de toda realidad 
				empírica. Por tanto, la forma de los objetos empíricos es tan 
				puesta por el sujeto e ideal (pues en caso contrario no sería 
				conocida y careceríamos de fundamento para hablar sobre la 
				realidad) como dada y real empírica (pues, si no, sería mera 
				ilusión).
				
				 
				
				Es lo que sucedió, salvando las 
				distancias, a Hegel con la Razón: la razón se había sometido “a 
				sí misma” a crítica, se había levantado por encima del 
				entendimiento. Hegel toma lo mejor de este “destilarse a sí 
				misma” de la razón, pero se olvida de que en sí misma es una 
				metáfora, concretamente una metonimia (tomar el instrumento por 
				el agente mismo, en este caso). Hegel se olvida del sujeto 
				mirando a la Razón; no del individuo empírico, sino del sujeto 
				que es más o menos consciente de lo que ocurre en el acto de 
				mirar, de pensar, de sentir, de desear, de organizar con la 
				voluntad. Se olvida del proceso y de que la limitación lo 
				constituye.
				
				Elevar al primer plano el filtro de 
				los sistemas conceptuales es detenerse en la pantalla: si hay 
				mil pantallas hay mil conocimientos (como si hay mil millones). 
				¿Podemos hablar todavía de “sujeto transcendental” sin que los 
				pre–juicios nos lo pinten de metafísica “transcendente”?
				
				A mi entender, lo que está 
				implícito en la búsqueda de una nueva racionalidad para la 
				ciencia (y, por extensión para todas las investigaciones, 
				incluidas las filosóficas) es un modelo de ser humano que no 
				cumple exactamente las leyes causales y deterministas en las 
				que lo tenía atrapado la ciencia psicológica, económica, la 
				sociología, la biología, etc. Aunque le afecten y lo condicionen 
				(a veces de una forma que parece coincidir con la determinación.
				
				Evidentemente tenemos que servirnos de 
				“modelos de ser humano” o “modelos de agente”, aunque nos 
				basemos en lo empírico en los datos que ofrece el individuo 
				concreto, en su situación determinada. ¿Por qué la expresión 
				“modelo de ser humano” no se tiñe de metafísica alejada del 
				suelo o de idea contraria al pragmatismo? Porque consiste en una 
				herramienta necesaria para la ciencia, aun necesitada de 
				revisión. En esta revisión habremos de incluir elementos que no 
				se han utilizado en primer término en la ciencia, (en la llamada 
				ciencia moderna) pero que están presentes y actuando. Y quizá la 
				filosofía nos pueda ayudar.
				
				La existencia condicionada y la 
				incondicionada no son dos realidades distintas (a la manera de 
				dos bandas paralelas –aunque sean capaces de curvarse sobre sí 
				mismas para formar círculos concéntricos–). Para entender esto 
				mejor tendremos que acudir al método genético–sintético de 
				Fichte. 
				
				Desde la naturaleza, en la que estamos 
				plantados de raíz (instintos, emociones, sentimientos, “sentir 
				originario”), donde se empiezan a gestar nuestras facultades: la 
				del placer y displacer, la facultad de desear y la facultad del 
				conocimiento) hasta nuestra capacidad de desatarnos de lo 
				condicionado, de las leyes deterministas y causales, 
				construyendo una racionalidad en la que se amasa el 
				entendimiento con la voluntad sin desatender ninguno de los 
				niveles básicos.
				
				Para el método genético–sintético, 
				Hegel utilizó la metáfora biológica de la semilla y el fruto: 
				distintas etapas que se suceden la una a la otra, pero sin que 
				se pierda ninguna por el camino, se van transformando, pero 
				están presentes. [Hegel, por cierto, aplica este método 
				genético–sintético a toda la estructura de lo real, olvidándose, 
				aquí también de que el que piensa de este modo, al que le 
				afectan las limitaciones, pero puede pasar de lo condicionado a 
				lo incondicionado es el sujeto; que significa aquel ser que 
				actúe con subjetividad (ser humano o no), ya sea de forma 
				reflexiva o prerreflexiva; siempre que entendamos “subjetividad” 
				a la manera del idealismo transcendental (ver los parágrafos 
				dedicados a esta noción)].
				
				 Es decir, la ciencia no tiene por qué 
				seguir diciendo: “la existencia condicionada [la del 
				objeto empírico, junto con el sentido de existencia que la 
				acompaña] es de hecho el único tipo de existencia involucrado 
				en nuestro conocimiento empírico, sea ordinario o científico”, 
				como afirma Pérez Ransanz en el artículo que analizamos.
				
				De hecho, creo que no me equivoco si 
				digo que en la obra de investigación del profesor Álvarez la 
				búsqueda de un nuevo modelo de ser humano no se queda 
				circunscrita a esa “existencia condicionada”. Y cuando decimos 
				“condicionada” podríamos pensar sólo en los esquemas 
				conceptuales. De Kant a Kuhn: el cambio de un paradigma 
				científico a otro indica que no actuamos –los sujetos agentes– 
				de una forma totalmente condicionada, ni por la naturaleza, ni 
				por nuestra cosmovisión y esquemas conceptuales. 
				
				Tal vez en la naturaleza también esté 
				en germen la subjetividad –prerreflexiva– que da lugar a un 
				modelo de agente distinto al que ha sido usado tradicionalmente 
				por la ciencia.
				
				 
				
				 
				
				7. La expresión de
				autonomía que podemos encontrar en el 
				agente epistémico
				
				 
				
				“Parece razonable, 
				dice Álvarez, plantear como modelo ideal un sujeto situado en el 
				mundo e interrelacionado con otros agentes, que sortea sus 
				propias limitaciones temporales, informativas y computacionales 
				en su interacción con el mundo y con otros agentes. La 
				expresión de su autonomía se da precisamente en esa capacidad de 
				interacción y [en la capacidad] de utilizar reglas de decisión 
				rápida, poco costosas desde el punto de vista informativo, que 
				se corresponden con sus teorías y con la forma en que esas 
				teorías permiten el acceso al conocimiento”
				
				 
				
				La expresión “situado en el mundo” es 
				la forma con que Álvarez contrapone este sujeto al agente 
				olímpico de la racionalidad substantiva tradicional. Este tipo 
				de agentes, utilizados hasta ahora en la ciencia disponían de 
				toda la información a la hora de tomar las decisiones y actuaban 
				con ella, en un tipo de decisiones totalmente “lúcidas” que 
				satisfacían óptimamente su interés. A pesar del parecido 
				terminológico, este sujeto “olímpico”, “situado fuera del mundo” 
				es un agente totalmente opuesto al sujeto transcendental. Es 
				obvio si lo pensamos, pero las palabras muchas veces ejercen de 
				trampas para la comprensión. 
				
				En el sujeto olímpico de la 
				racionalidad substantiva está implícita la filosofía humeana del 
				utilitarismo. (Dicho sea de paso: al tratarse de un sujeto 
				“olímpico” no está tratado desde el punto de vista del 
				pragmático, aunque, paradójicamente si del pragmatismo en el que 
				se han basado las investigaciones más influyentes hasta ahora 
				–por ejemplo las de Sperver y Wilson en Lingüística, con su 
				teoría de la Relevancia).
				
				En este punto encontramos semejanzas y 
				diferencias respecto a la teoría kantiana del sujeto racional. 
				Coinciden en la separación respecto al utilitarismo como 
				horizonte único del sujeto agente. Se parecen también en cuanto 
				a la importancia decisiva de los filtros a través de los cuales 
				nos llega la realidad, y la interpretamos y la re–construimos 
				(principalmente los sistemas conceptuales, o las “categorías”, 
				en terminología kantiana).
				
				Se diferencian principalmente en el 
				protagonismo de esos “condicionantes”. De todas formas, como he 
				dicho antes, ese protagonismo, colocado en primer plano, de los 
				sistemas conceptuales lo encuentro más en Putnam que en Álvarez. 
				Por tanto, la consecuencia principal de esta postura, que es el 
				relativismo y el escepticismo tiene un peso mayor en Putnam que 
				en Álvarez; a pesar de que este último subraya en varias 
				ocasiones su actitud escéptica.
				
				La cuestión reside en qué tipo de 
				escepticismo es del que estamos hablando: como el mismo Álvarez 
				subrayó en su artículo sobre “La razón impura” 
				su llamado “escepticismo” entronca con el antiguo, el de Sexto 
				Empírico, y no coincide con el relativismo actual, dentro del 
				cual se enmarca Putnam, por lo menos en los trabajos de los que 
				hablan los autores del artículo “De Kant a Kuhn, acotando por 
				Putnam”.
				
				 
				
				 
				
				8. “Kant,
				Kuhn y la pluralidad de mundos”
				
				 
				
				            
				Para reflexionar sobre la ontología 
				múltiple y para ver si hay algún tipo  de conexión entre las 
				distintas ontologías, incluso si se puede tender a una 
				objetividad común, aunque ésta sea posicional, vamos a repasar 
				los datos sobre la obra de Kuhn que nos ofrecen Pérez Ransanz y 
				Álvarez:
				
				            
				“Con base en sus 
				análisis de la dinámica evolutiva de la ciencia, Kuhn intentaba 
				convencernos de que no hay evidencia histórica que apoye la 
				especulación de que el desarrollo científico converge hacia una 
				teoría o concepción última del mundo. […] Al efectuar esta 
				comparación histórica nos encontramos más bien con una serie 
				de concepciones que suponen ontologías o mundos divergentes. 
				[…]
				
				           
				“El 
				problema de cambio de mundos sólo se plantea cuando se toma en 
				serio la tesis de la incomensurabilidad, esto es, cuando se 
				reconoce que no todas las descripciones de un dominio de 
				investigación son traducibles o formulables en el lenguaje de 
				paradigmas alternativos.
				
				            A 
				partir de los años 80 cuando Kuhn desarrolla la formulación 
				taxonómica, se pone en claro que la inconmensurabilidad implica 
				una divergencia en la estructura de categorías ontológicas: 
				dos teorías son incomensurables cuando sus estructuras 
				taxonómicas no son homologables (cf. Kuhn, 1981). Y es 
				precisamente este hecho, –la divergencia en la manera de 
				clasificar o agrupar las entidades de un dominio de 
				investigación– lo que en última instancia daría cuenta de la 
				imposibilidad de reducir los diversos mundos, los diversos 
				recortes ontológicos, a uno solo. De ahí que, en nuestra 
				lectura, la formulación taxonómica de la incomensurabilidad 
				no haya hecho más que reforzar la perspectiva internalista y 
				pluralista de Kuhn, así como su fuerte filiación con una 
				tradición kantiana”.
				
				 
				
				            Me propongo reflexionar 
				sobre lo acertado o no de la tesis de la inconmensurabilidad y 
				sobre una ontología múltiple, que supone ontologías distintas, a 
				manera de mundos paralelos sin interconexión y sin búsqueda de 
				puntos comunes. Así como sobre la relación de esta 
				inconmesurabilidad y ontología múltiple con el pensamiento 
				kantiano.
				
				 
				
				9. Si los
				discursos filosóficos pueden entablar un 
				diálogo a través de la historia
				
				 
				
				         
				Dejamos de la mano a Kuhn y su 
				reflexión sobre la ciencia y su historia y nos detenemos en los 
				discursos que suponen las investigaciones filosóficas. Se 
				produce en estos discursos un tipo de construcción de la 
				realidad, desde un determinado contexto y, especialmente, desde 
				unos determinados sistemas conceptuales.
				
				 
				
				¿Historias inconmensurables?
				
				 
				
				            La imagen del mundo que 
				compartimos no es única, no solamente porque pensemos de 
				distinta forma respecto a otras culturas diferentes a la 
				nuestra; dentro de las mismas culturas, el ámbito particular de 
				comprensión en el que estamos situados, puede hacer variar 
				nuestra visión de la realidad: si somos científicos, o 
				filólogos, si nos sociólogos o economistas, si somos escritores 
				de ficción. Analizando esta realidad, Eloy Rada en un artículo 
				sugerente (“¿Historias inconmensurables”) subraya que “la idea 
				de un lenguaje capaz de expresar una única imagen del mundo 
				parece demasiado utópica”.
				
				            Un caso especial de estas 
				diferentes visiones del mundo lo constituyen los discursos 
				filosóficos de las distintas épocas: todo parece indicar que las 
				cosmovisiones contenidas en los discursos de los filósofos del 
				pasado “escasamente resultarán expresables en nuestro lenguaje”. 
				Parece casi imposible encontrar un “discurso neutral que 
				garantice la objetividad”. 
				
				            
				“Lo histórico como 
				tal, dicen, no está en la objetividad sino en el decir del 
				historiador, decir que surge de su propia visión del mundo en 
				que se vive y que metodológicamente es previa. De ello 
				surge la duda sobre la opacidad de los discursos pasados y la 
				imposibilidad de la traducción. Queda como alternativa la 
				traducción que, en el mejor de los casos, vendría a consistir en 
				reconstruir en nuestra visión del mundo una cuarta dimensión 
				temporal respecto de la cual nuestra imagen se destaca como
				actual. […] Sería posible caracterizar el DH 
				(discurso histórico de los filósofos) como el discurso en el 
				que se expresa la racionalidad presuntamente contenida en 
				las diferentes imágenes del mundo expresadas por los filósofos 
				del pasado”.
				
				 
				“Trabajando en 
				nuevos mundos” 
				
				 
				
				            Parece una tarea imposible 
				comprender los mundos diferentes a los que vivimos, 
				especialmente los que han quedado atrapados en el pasado: allí 
				había referentes distintos a los nuestros, tendríamos que ser 
				capaces de entender a qué corresponde cada elemento del que se 
				habla en un discurso del pasado, y no se trataría de una 
				comprensión directa producida por una traducción directa, habría 
				que intentar traspasar cada valor significativo a nuestra visión 
				concreta. “El dilema reside, dice Eloy Rada, en si lo nuevo o 
				lo meramente distinto es incompatible con lo actual”.
				
				            
				“Salvo que caigamos en el solipsismo 
				de un hombre un mundo, parece razonable considerar 
				algunas unidades de espacio y tiempo como uniformes 
				culturalmente y partícipes de una misma (aproximada) visión del 
				mundo.
				
				            El problema, entonces, 
				parece tener que ver con los mecanismos y fórmulas que 
				posibilitan las diferencias y que, a la postre dan lugar a 
				“nuevos mundos”. Inmediatamente hay que recordar, sin embargo, 
				que nuevo no es aquí más que un término relativo. Nuevo 
				quiere decir visto ahora por vez primera. Esta visión o 
				concepción del mundo, diferente respecto a otra presunta 
				anterior, nos recoloca en un sistema de relaciones conceptuales 
				diferentes, ya eso llamamos “nuevo mundo”, que también equivale 
				a nueva perspectiva o Weltanschauung. El mundo como tal 
				no cambia por este hecho, aunque por este hecho nuestra relación 
				con el mundo haya cambiado”.
				
				 
				
				Categoría del “desarrollo científico”
				
				 
				
				            
				“Es éste clásicamente un tema que ha 
				abierto brecha entre los historiadores de la ciencia. Si las 
				concepciones científicas son entre sí incomensurables, entonces 
				la historia de la ciencia se transforma en las historias de los 
				diferentes episodios (más o menos paradigmáticos), que se agotan 
				cuando otro episodio le arrebata el candelero. Si tal es el 
				caso, las ciencias atomatizadas en teorías o en paradigmas o en 
				tradiciones dejarían de pertenecer a una historia general o 
				global –incluso cada ciencia en particular resultaría 
				fragmentada–, renunciando por tanto a comprender cosas que 
				parecen evidentes como el desarrollo científico. Pero si 
				consideramos que hay evidencias suficientes en las 
				manifestaciones mismas de la ciencia de que las nuevas 
				teorías o paradigmas, o lo que se quiera considerar como unidad, 
				deben parte o mucho a las anteriores, entonces podemos 
				intentar comprender cómo se produce esta transferencia de 
				sentido desde unas a otras y cómo empieza a aparecer, 
				casi imperceptiblemente al principio, un ‘mundo nuevo’”
				
				            
				Al final de su artículo, Eloy Rada, 
				establece una comparación entre la historia de la ciencia y la 
				historia de las investigaciones filosóficas y sus distintos 
				discursos, subrayando la cuestión de la supuesta ontología 
				múltiple. Deja una puerta abierta para la reflexión: ¿por qué no 
				nos creemos que “valen igual” todas las teorías filosóficas? o, 
				por lo menos, ¿por qué nos situamos cercanos a unas y alejados 
				de otras? Rada propone utilizar la noción de “desarrollo” como 
				una categoría aplicable también a la sucesión de las 
				investigaciones filosóficas:
				
				            
				“Si la Historia de 
				la Filosofía puede dar alguna luz sobre esta clase de problemas 
				es probable que tenga que incorporar a su discurso filosófico 
				una categoría del desarrollo, que dé cuenta de los 
				‘cambios de mundo’”.
				
				
				 
				
				 
				
				10.
				A 
				prioris 
				fijos contra a prioris relativos
				
				 
				
				“Cabe destacar que 
				Kuhn retoma la distinción que hiciera Hans Reichenbach entre un
				a–priori fijo (el del carácter absoluto de las categorías 
				kantianas) y un a–priori relativo a las distintas 
				culturas y períodos históricos. Y es justamente este segundo 
				sentido de a–priori el que Kuhn otorga a las 
				categorías taxonómicas, ya que a pesar de no ser fijas, de todos 
				modos son constitutivas de la experiencia posible del mundo. 
				De este modo, si el mundo de de la experiencia depende de manera 
				constitutiva de los sistemas de categorías, tenemos entonces que 
				el repertorio de entidades que se consideran existentes no puede 
				permanecer inmutable a través del cambio de paradigmas (del 
				cambio de estructuras taxonómicas). La diversidad de los 
				mundos, en consecuencia, no es sólo un mero recurso retórico, 
				sino que implica una genuina pluralidad ontológica”
				
				 
				
				Vuelven a insistir los autores [tal 
				vez Ana Rosa Pérez Ransanz] en el “mundo de la experiencia”, 
				como si estas “categorías taxonómicas” de las que habla Kuhn 
				sirvieran específicamente para el mundo condicionado de la 
				experiencia y las otras, las categorías kantianas, que según 
				está opinión serían un tipo de categoría “olímpica”, fija, de 
				valor universal, valdría para la existencia incondicionada, la 
				cual no tendría “mundo”, no tendría naturaleza, en este modo de 
				interpretar los a prioris kantianos.
				
				¿Por qué los a priori de Kant son 
				fijos? “A priori” en Kant significa “auto”, categorías que pone 
				el sujeto y por las que conoce que es limitado. Si cada sujeto 
				“pone” las categorías, ¿cómo pueden ser fijas?
				
				Kant en su época, en su filosofía, 
				como sujeto transcendental, tenía sus principios a priori, 
				¿por qué han de ser fijos e iguales a los nuestros? Ésa no es la 
				cuestión. Lo esencial es la certeza que se busca con ese tipo de 
				racionalidad, la búsqueda de los puntos comunes y universales 
				(en la medida de lo posible).
				
				 
				
				“En la perspectiva 
				teórica, el mundo aparece como fenómeno: dependiente de la 
				subjetividad transcendental en cuanto a la forma e independiente 
				de ella en su materialidad.
				
				            La 
				forma, o estructura última de la objetividad (espacio y tiempo, 
				esquemas, categorías, principios e ideas) es configurada por 
				el sujeto transcendental, el cual es individual en cuanto a 
				acto, o sea, cada uno de nosotros los somos, pero tiene como 
				tarea ser universal e intersubjetivo en cuanto a la forma, ser 
				capacidad de ciencia, de comunicación y de acción coordinada”.
				
				 
				
				 
				
				No sé muy bien si hemos entendido 
				desde la escena filosófica, y salvando las distancias, la teoría 
				de la relatividad de Einstein. 
				Sería difícil explicar de forma acertada y breve en qué consiste 
				la teoría de la relatividad especial de Einstein, como resulta 
				complicado elaborar unas cuantas reflexiones al hilo de sus dos 
				postulados principales. Sin embargo, podríamos subrayar que 
				resulta necesario conocer el punto relativo en el que se está 
				para poder aplicar desde él unas leyes –las más universales y 
				válidas de las conocidas hasta el momento–. ¿Significa esto que 
				el ejemplo sobre el primer postulado nos sirve como metáfora 
				para hablar de a una ontología múltiple, del relativismo? ¿Todas 
				las posiciones suponen verdad? Creo que lo fundamental no es 
				eso. En opinión, lo decisivo es buscar la aproximación a la 
				verdad, conociendo bien en dónde estamos y los condicionantes 
				implicados.
				
				Porque a priori no significa 
				“categorías fijas, absolutas”, sino categorías que se “pone” el 
				sujeto (la autolimitación del sujeto –que es “ideal” porque él 
				la pone, no es real–). Teniendo esto presente, nos damos cuenta 
				de que “el modo ser empírico” no se contrapone a un modo de 
				ser sin mundo, como parece interpretar Pérez Ransanz, sino al 
				modo de ser del sujeto. Estar como sujeto (camino por el cual se 
				puede el sujeto separar de algún modo de lo condicionado) no 
				significa, obviamente, estar sin mundo.
				
				Por su importancia para el tema, 
				presentamos aquí un texto esclarecedor sobre el significado de 
				lo a priori en Kant:
				
				 
				
				“En primer término, 
				según se estudia en la Estética transcendental de la Crítica de 
				la razón pura, tenemos la autolimitación ideal del sujeto, que 
				da lugar a las formas a priori de la sensibilidad: el espacio y 
				el tiempo. 
				
				Espacio y tiempo 
				significan limitación, es decir, la posibilidad de que exista 
				otra realidad fuera de nosotros en su modo de ser 
				transcendental, y no meramente empírico, representan una acción 
				del sujeto por el cual él pone la posibilidad de ser 
				empíricamente limitado; por eso es autolimitación, donde “auto” 
				en términos kantianos significa a priori.
				
				Si el sujeto no se 
				hubiera abierto idealmente desde sí a su limitación real, 
				entonces ésta estaría puesta, pero no para el Yo pues Él no se 
				enteraría de su estar limitado; lo estaría como cosa, pero no 
				como sujeto.
				
				Por eso, el espacio 
				y el tiempo son las formas a priori que hacen posible la 
				sensibilidad, esto es, la capacidad de recibir idealmente 
				(comprender) a lo otro de sí, gracias a lo cual el sujeto se 
				prepara como sujeto para recibirlo y comprenderlo como otro, 
				como realidad que él no protagoniza.
				
				Esas formas son la 
				acción ideal subjetiva (eso significa ser a priori) de aceptar 
				que existen otras realidades al lado de nosotros, en otro 
				espacio y en otro tiempo (de ahí su función transcendental de 
				hacer posible el conocimiento objetivo de lo otro), o sea, de 
				aceptar que no somos toda la realidad (aunque lo intentamos). 
				Más aún, ni siquiera protagonizamos toda la realidad, pues 
				dependemos del mundo y por eso nos interesa conocerlo, proceso 
				en el cual nos objetivamos a nosotros mismos, nos encontramos 
				situados en un mundo, siendo también objetos entre objetos 
				(heteronomía).”
				
				 
				
				 
				
				11. Los 
				principales rasgos de la acción humana
				
				                
				
				                
				En el proceso de conocimiento, de 
				recogida de información, de decisión y de acción que presenta 
				Álvarez, apoyándose en los estudios recientes sobre nuevos 
				modelos de racionalidad en la ciencia (y en estudios 
				neurológicos como los de Damasio) aparecen en primer plano (en 
				lugar de las pantallas que recogen y retocan la información, 
				como instrumentos que se agrandan hasta llenar el espacio de la 
				racionalidad) los rasgos esenciales de la acción humana: 
				características que hablan de un ser humano con capacidad de ser 
				lúcido, con capacidad de evaluar el entorno y adecuarse a él, 
				que comprende la influencia de sus emociones y que puede 
				aprovechar la motivación que le proporcionan:
				
				 
				
				“El modelo estándar 
				no logra representar idealmente uno de los principales rasgos 
				de la acción humana, esa capacidad integrativa, la capacidad de 
				equilibrio reflexivo, que conjuga elementos situacionales, 
				emocionales y lógicos. Desde luego, en esta dirección 
				podríamos apoyarnos en trabajos como los de A. Damasio”.
				
				 
				
				Precisamente la interacción con el 
				mundo, su posibilidad, su necesidad y las reglas que supone es 
				la característica fundamental que nos identifica como sujetos 
				agentes con una racionalidad acotada (“clave de nuestra 
				epistemología como agentes acotados”. “Razonamos en un proceso 
				de constante interacción con el mundo”.)
				
				 
				
				Amartya Sen, recuerda Álvarez, 
				considera “nuestros conceptos como filtros de información de 
				entre toda la disponible; y es precisamente aquella información, 
				una vez filtrada, la que deviene información pertinente para 
				nosotros”. Álvarez –como un desarrollo que hace avanzar en la 
				investigación– presenta la noción de “membrana semipermeable” 
				(metáfora tomada de la biología y de la química) para utilizar 
				una herramienta que atienda más al carácter activo por parte del 
				agente en la que, a diferencia de los filtros informativos. 
				Incluso Álvarez propone la metáfora de la “red reticular”:
				
				
				“Las membranas y 
				los filtros pueden verse englobados en una red o tejido 
				reticular […]. La red sostiene, el filtro deja pasar. Es 
				conveniente disponer de una red para enfrentarse a las 
				consecuencias no deseadas de nuestras acciones. Una membrana, 
				según el diccionario de la lengua, es una capa delgada de tejido 
				orgánico, elástico y resistente que separa dos cavidades o 
				envuelve algún órgano. La red aparece como una malla de hilo, 
				cuerda, alambre, etc. de forma adecuada para contener o retener 
				cosas, o para cualquier uso. Se puede caer en la red (víctima de 
				un engaño preparado –urdido–) y alguien podría sentirse 
				aprisionado por la red, aunque hay una visión más positiva. […] 
				Se propone una trilogía conceptual para pensar la racionalidad 
				(filtros, membranas y redes) y con la que se puede pensar 
				críticamente a propósito de la relación entre ciencia, 
				tecnología y sociedad, y en particular sobre las relaciones 
				entre economía y ética”.
				
				 
				
				            En estas metáforas de la 
				membrana y de la red aparecen dos elementos destacables en el 
				sujeto que toma las decisiones y realiza las acciones: por un 
				lado, su cualidad de agente activo, con su dosis de autonomía y 
				de lucidez ante la propia red o membrana (que a veces es sólo un 
				filtro porque no ejercemos como sujetos autónomos). Por otro 
				lado, pero en un proceso unido claramente al anterior, el sujeto 
				va comprendiendo cuáles son los filtros a través de los cuales 
				ve el mundo, cuál es su papel y cuál debe ser su acción teniendo 
				en cuenta el entorno, las ventajas e inconvenientes de su propia 
				membrana y de su propia red.
				
				            Es decir, en estas 
				metáforas aplicadas al proceso de racionalidad que se da en el 
				agente humano, Álvarez ha escorado el protagonismo de la 
				pantalla y ha puesto en el centro de la acción racional al 
				sujeto cognoscente, emocional, inmerso en un entorno concreto, 
				en una determinada historia de sistemas conceptuales. Otra vez 
				la “categoría” de “desarrollo” desvela algo sobre la forma de 
				reconocer, romper, apoyarse, protegerse, avanzar.
				
				 
				
				 
				
				 
				
				 
				
				12. El modelo de
				sujeto humano adecuado a la nueva 
				racionalidad
				
				 
				
				La síntesis 
				originaria
				
				 
				
				         
				La síntesis originaria que 
				encuentra Kant después de su análisis reflexivo, le conduce a 
				reconocer que somos una unión de naturaleza y de libertad. La 
				naturaleza demuestra ser libre cuando se pone a sí misma sus 
				propios fines.
				
				            La noción de “fin” es, 
				tanto como la de “sujeto transcendental”, o la cuestión del a 
				priori, uno de esos conceptos que no hemos sabido “traducir” 
				bien al cambiar de un paradigma a otro en la historia de la 
				filosofía (que, recordemos, también supone una historia de 
				investigación). Todo indica que no hemos aplicado de manera 
				adecuada el pensamiento sobre “el desarrollo” del que nos 
				hablaba Eloy Rada como herramienta fundamental para conseguir 
				que las distintas secciones de la historia de la filosofía (con 
				sus determinados discursos) no sean “paradigmas 
				inconmensurables”, sino que podamos establecer una 
				“transferencia de sentido” de unas otras, y comprendamos que 
				la historia de la investigación filosófica se va nutriendo de lo 
				que antes otros han descubierto.
				
				            La noción de fin suena a 
				teleología y por este camino conduce a un esquema en donde se 
				diluye en apariencia el sujeto autónomo. Sin embargo, en la 
				filosofía kantiana, especialmente en la Crítica del Juicio,
				la noción de “fin” significa el proyecto que un sujeto se 
				propone a sí mismo organizado en torno a lo que desea conseguir 
				y vertebrado (más bien amasado y fermentado) con la fuerza 
				que supone su voluntad.
				
				            Para este proceso de 
				comprensión, hemos de tener en cuenta también el significado de 
				la fuerza llamada “voluntad”. Si la entendemos sólo como una 
				facultad superior que se sitúa sobre todo lo demás a manera de 
				fuerza misteriosa, y además indicamos que nace de nuestra 
				libertad, de nuestro modo de ser incondicionado, podríamos 
				llegar a pensar en una fuerza ideal que está por encima de 
				nosotros y para la que se dan tradicionalmente dos 
				explicaciones: o bien se sitúa en un mundo de Ideas, con 
				carácter heterónomo, o bien nace de instintos inconfesables y en 
				realidad tendríamos que llamarla “la voluntad de poder”.
				
				            Para entender bien lo que 
				significa la voluntad, la historia de la filosofía tuvo que 
				seguir su curso, tomando de lo anterior, contrastando y 
				desarrollándose. La filosofía de Fichte, desarrollando el 
				pensamiento crítico de la filosofía transcendental, nos 
				consiguió una nueva herramienta para la racionalidad y una 
				convicción (que lejos de cerrarnos en la seguridad de algo ya 
				conocido, nos lanza constantemente a la búsqueda). La 
				herramienta proporcionada por Fichte fue el método 
				genético–sintético. La convicción estimuladora fue la unión de 
				la filosofía teórica y la filosofía práctica. 
				
				            Mediante el método 
				genético–sintético, Fichte ofrece una mayor comprensión respecto 
				a la síntesis originaria (a la que Kant situaba tanto en el 
				origen como en el horizonte de los fines). El que seamos 
				naturaleza y libertad no significa, como decíamos antes, que se 
				trate de dos elementos paralelos que nos constituyen, uno al 
				margen del otro. Por un lado el mundo empírico –condicionado–, 
				por otro lado el incondicionado (recordemos que “incondicionado” 
				no significa lo mismo que “ideal”; lo explicamos más adelante).
				
				            Somos naturaleza y 
				libertad, pero los distintos elementos y facultades que nos 
				constituyen se van sucediendo una a la otra, de forma que las 
				distintas etapas no quedan anuladas sino que permanecen, aunque 
				transformadas en las otras. En esta sucesión, es necesario 
				señalar que no se da un tiempo lineal: no quiere decir que un 
				instinto ha pasado de interés ciego a voluntad con interés 
				purificado y ya no hay retroceso. Posiblemente nos abrió los 
				ojos Nietzsche, aunque el descubrimiento, tras la ruptura con la 
				filosofía anterior, lo llevó a desechar la escalera en la que se 
				había apoyado; al quedarse, sin retorno radicalizó su postura.
				
				            
				
				 
				
				  
				
				El individuo como 
				sujeto agente
				
				 
				
				         
				En una determinada situación, en 
				el momento de actuar, el sujeto agente ha de tomar una decisión, 
				y en ese momento lo más importante es su cualidad de autor y 
				actuante. ¿Dispone de toda la información para tomar una 
				decisión acertada? ¿Su decisión será la más conveniente? Los 
				elementos que le afectan en ese momento, la falta de datos y la 
				premura del tiempo le conducen a tomar una decisión que no está 
				dirigida total o parcialmente por los razonamientos. Si 
				recordamos las tres facultades del ánimo de las que hablaba 
				Kant, 
				podemos decir que en una decisión intervienen tres grupos de 
				elementos:
				
					- 
					
					El conocimiento, ligado éste de forma inevitable, a 
					las categorías, a los sistemas conceptuales.
 
					- 
					
					El deseo de conseguir algo. Éste deseo puede partir 
					de un instinto o estar alentado por una emoción. Produce el 
					interés con el que miramos un objetivo (por tanto, va a 
					tener que ver directamente con el tercer grupo de 
					elementos). La “facultad de desear” está ligada con los 
					valores morales porque deseamos fundamentalmente el bien –se 
					traduzca como se traduzca en nuestro determinado sistema de 
					valores– y concretamos este deseo en la acción del querer, 
					la que demuestra que somos autónomos y que podemos ser 
					libres. Esta facultad se relaciona también con la primera 
					(la del conocimiento) debido a que los valores morales 
					organizan claramente nuestros sistemas conceptuales.
 
					- 
					
					La facultad del “placer y displacer”, relacionada con 
					lo estético y con lo teleológico permanece en la base y en 
					el fin (finalidad que se “pone” el sujeto como proyecto 
					organizado). Un interés basado en instintos y emociones que 
					se deja organizar por la acción de querer y se transforma en 
					un nuevo interés poseedor de una fuerza que conduce a la 
					finalidad que nos hemos propuesto: la voluntad.
 
				
				
				 
				
				El principio de 
				responsabilidad moral
				
				 
				
				J. F. Álvarez afirma lo que sigue 
				respecto al papel del individuo como sujeto agente:
				
				 
				
				      “Nos interesa señalar la 
				importancia de incorporar en el papel del individuo como sujeto 
				agente, como autor, como artífice de sus propias decisiones 
				morales; la consideración de un individuo como actor de una 
				acción intencional cuyos resultados no podemos sin más prever, 
				determinista y consecuencialistamente, parece apoyar el 
				principio de responsabilidad moral, y que es preciso 
				valorar además de los resultados la posibilidad misma del 
				ejercicio de las libertades concretas por parte de los 
				individuos”
				
				 
				
				         
				Un ejemplo de noción de desarrollo 
				aplicada a la historia de las investigaciones filosóficas: en el 
				texto anterior J. F. Álvarez se muestra cercano a las posiciones 
				kantianas que venimos presentando. Sin embargo, en el que sigue 
				vemos cómo, sin romper la coherencia de su pensamiento, Álvarez 
				ha asimilado parte de las enseñanzas de Hegel y de Nietzsche, 
				aunque leyéndolas, en nuestra opinión, a la luz de las claves 
				esenciales kantianas.
				
				 
				
				            “Sin duda el juicio moral 
				lo realiza un individuo, pero el tipo de información que ese 
				individuo está en condiciones de utilizar, o que está dispuesto 
				a utilizar, depende en gran medida del tipo de principios 
				morales que adopta; principios que en muchos casos le vienen 
				dados como constricción informativa social. Aunque 
				metodológicamente lo previo sea el individuo y, sin lugar a 
				dudas, lo previo éticamente, sin embargo, lo que podemos llamar 
				producción social del conocimiento, y la normatividad producida 
				socialmente son factores decisivos en la constitución del propio 
				individuo como sujeto moral”.
				
				            Individuo y sociedad 
				interrelacionándose en un todo, que pasa de una determinación a 
				otra a través de un límite: sobre las huellas de Hegel. El papel 
				importante de la sociedad en la construcción de las normas: 
				herencia de Nietzsche. Pero el juicio moral lo realiza el 
				individuo actuando como sujeto autónomo (aunque condicionado en 
				mayor o menor medida). Además tiene que ir haciéndose consciente 
				de las constricciones sociales, de la influencia en su 
				constitución como sujeto.
				
				            Concluimos de esta visión 
				de Álvarez sobre la racionalidad propia del sujeto agente que su 
				escepticismo se refiere a los dogmatismos: “Una mirada escéptica 
				ante todo tipo de fundamentalismo”. 
				También éste fue el origen motivador (o interés que impulsó) las
				Críticas a la Razón (con otro tipo de razón).
				
 Nota:
					Para la noción des subjetividad 
					ver el trabajo sobre Hegel y la filosofía transcendental
					
					:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
					
					
						
						
						
						Para esta 
						sección, me quedaría por elaborar el siguiente apartado: 
						“Responsabilidad y confianza. 
						
						Emociones, 
						valores, membranas y redes de un tipo renovado (y 
						antiguo–desarrollado) de racionalidad”.
						 
					
						
						
						 
						Sen. A. K. : “Positional objetivity”, Philosophy and 
						Public Affairs,
						Vol. 22, 
						nº. 2 , Spring, 1993, 126-145.
 
					
						
						
						 “Doctrina 
						según la cual la realidad solo puede ser interpretada 
						desde un punto de vista o perspectiva”, dice el 
						Diccionario de la Real Academia.
						 
					
						
						
						
						Es su 
						teoría de la relatividad, Einstein concede importancia 
						no al observador como punto de un espacio común, sino al 
						espacio como ámbito propio de cada observador. Cada 
						observador tiene su espacio:
						“el 
						espacio funcional topológico”. “Un elemento es cualquier 
						concepto con entidad distinguible del todo. Un conjunto 
						es la reunión de uno, varios, infinitos o ningún 
						elemento. Un espacio es un tipo especial de conjunto 
						dotado de ciertas propiedades matemáticas. En el estudio 
						de las matemáticas todos aprendemos y empleamos 
						conjuntos de números: los reales, los enteros etc. 
						Sabemos que dentro de estos conjuntos podemos definir 
						distancias mediante la introducción de una norma. Una 
						norma es una aplicación; una aplicación es una relación 
						entre dos conjuntos. Más tarde estos conceptos se 
						amplían para trabajar en espacios funcionales, donde 
						cada función (aplicación con características especiales) 
						juega el mismo papel que un número. Así podemos hablar 
						del espacio de las funciones continuas, constantes... La 
						topología es el estudio de la forma y los conjuntos”. 
						(Castellano, J.: “El espacio funcional topológico”, 
						inédito).
						 
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
						
						 
						Simon, H. A.: 
						"De la 
						racionalidad substantiva a la procesal", en
						Hahn, F. H. 
						y M. Hollis 
						(comps.),  FCE, México, 1986, pp. 130-172. 
						 
					
						
					
						
					
						
						
						 
						Gigerenzer G. y Selten, R. (comps.): Bounded 
						Rationality. The Adaptive Toolbox, The MIT Press, 
						Cambridge, MA, 2001. 
 
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
						
						 
						Pérez Ransanz. A. R. y  Álvarez, J. F. : “De Kant a 
						Khun, acotando por Putnam”. Revista “Endoxa”, nº 18, 
						dedicado a Kant (el 2004 se celebraba el segundo 
						centenario de su muerte). UNED, Madrid, 2004. 
						
						 
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
						
						
						Recordemos 
						los postulados de la relatividad especial:
						
						El primer 
						postulado es el principio de relatividad: Las 
						leyes de la física son las mismas para cualquier 
						observador inercial (no acelerado). El segundo 
						postulado es la constancia de a la velocidad de la 
						luz en el vacío, (idéntica para todos los 
						observadores, independientemente de la localización, 
						época, orientación o velocidad uniforme de la fuente).
						
						Respecto al 
						primer postulado el profesor de Física J. Illana, de la 
						Universidad de Granada indica lo siguiente:
						
						“Este primer 
						postulado no significa que un observador subido a un 
						vagón con velocidad uniforme y otro observador en el 
						andén de una estación obtengan los mismos 
						resultados numéricos para un fenómeno determinado: 
						por ejemplo, ambos observadores ven trayectorias 
						diferentes para una pelota que el primero deje caer 
						libremente, pero en los dos casos las trayectorias se 
						describen utilizando las mismas leyes de Newton”
						
						Respecto al 
						segundo de los postulados Illana asegura que es el más 
						difícil de digerir ya que supone una innovación 
						dramática y exige revisar conceptos fundamentales como 
						el espacio, el tiempo y la energía.
						
						
						
						 
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
					
						
				 
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